martes, 6 de mayo de 2014

Narraciones del viaje por la Cordillera de Los Andes - Robert Proctor


                                                       el Elefante Blanco
                        1998 - 286 pág



Nacido en Inglaterra, Robert Proctor llegó a Buenos Aires acompañado por su familia y sirvientes el 9 de febrero de 1823. De sus escritos se deduce que era hombre pudiente. A fines de marzo partió con destino al Perú para tratar asuntos vinculados a un empréstito en su carácter de contratista y eligió el camino de las pampas que desemboca en Mendoza.
A través del viaje, que realizó en una de las épocas memorables para la historia de la emancipación americana, anotó detalles sugestivos sobre los personajes que tuvo oportunidad de conocer.
De regreso a su patria, en 1825, recogió sus notas y apuntes en un libro titulado Narrative of a Journey across the Cordillera of the Andes and a Residence in Lima and other parts or Perú in the years 1823 and 1824, verdadera obra de referencia que tiene un lugar de privilegio junto a las de otros viajeros ingleses, como Musters y Head, relacionados con la historia argentina del siglo XIX.
En su obra Proctor describe, en forma ágil y amena, sus notables experiencias con indios y gauchos -quienes, por cierto, no le dejaron muy buena impresión-;su cruce de la cordillera -apenas unos años después del histórico cruce de San Martín con el Ejército de los Andes-; las comidas probadas en los diferentes lugares -ponderando el sabor del armadillo cocinado en su caparazón, el supe y el charqui; su visita al campo de batalla de Chacabuco; su entrevista con O´Higgins; su vida en la convulsionada Lima de 1824; la singular figura de Simón Bolivar, etc.
 

La Confederación Argentina - Alfred Marbais du Graty


                                             Academia Nacional de la Historia
                      2008 - 271 pág

Alfred Louis Hubert Ghislain Marbais du Graty, Alfredo Marbais Du Graty,Alfred Marbais du Graty o Alfred Marbais du Graty (Mons, Bélgica, 5 de diciembre de 1823 - Bruselas, 20 de marzo de 1891) fue un naturalista,geógrafo e historiador belga .
El Gobernador de la provincia de Entre Ríos general Justo José de Urquizalleva adelante un vasto plan de organización de las instituciones de gobierno, educación, cultura y ciencia, en la provincia, primero, y luego en todo el país, como presidente de la Confederación Argentina, a partir de1853.
Entonces, trae a su provincia a varios naturalistas y pensadores extranjeros, para desarrollar importantes tareas de descripción y estudio de las riquezas naturales del país. Dos de ellos, por ejemplo, fueron los franceses Victor de Moussy y Augusto Bravard. Y hubo un caso curioso, como el del coronel belga Alfredo Marbais, luego barón Du Graty, que tiene una destacada actuación en los ejércitos de la Confederación, y después se dedica a la ciencia y la cultura, donde desarrolló una intensa actividad.
Du Graty nace en el seno de una aristocrática familia belga. Realiza estudios en la Escuela Militar de Bruselas, y llega aBrasil como agregado militar a la delegación belga en Río de Janeiro, en 1850. De allí viaja a la Argentina en 1851, donde intervino en las luchas contra Juan Manuel de Rosas. Ofrece sus servicios al general Justo José de Urquiza, quien lo incorporó al ejército entrerriano con el grado de sargento mayor de artillería.
En 1851, hizo la campaña contra el ejército sitiador de Montevideo como Jefe de la División San José. Asistió al pasaje delrío Paraná por el ejército libertador, y estuvo en la batalla de Caseros, en 1852.
Organizado el país constitucionalmente, Du Graty continuó en el ejército prestando servicios en Entre Ríos. En 1854, nombrado edecán del presidente Urquiza, fue promovido a coronel efectivo. En ese año, el ministro de Guerra lo comisiona juntamente con Marcos Paz para practicar una inspección de la línea de defensa contra las naciones originarias, establecida desde la época colonial a lo largo del río Salado (Buenos Aires).
Pronto, Du Graty relegó la carrera de las armas por la ciencia. Creado el Museo Nacional en Paraná, fue designado director en 1854, y tuvo a su cargo la organización, estudio y clasificación del material, desempeñándose hasta 1857, año en que renunció siendo nombrado en su remplazo el naturalista francés Augusto Bravard. La firma de un contrato de explotación de minas en Catamarca por Urquiza, lo convirtió en administrador del establecimiento que debía dirigir personalmente.
En 1855, fue comisionado para preparar la muestra argentina en la Exposición Internacional de París. Du Graty redactó entonces una Memoria sobre la riqueza minera de la Confederación Argentina, que llamó la atención en algunos centros de Europa, según la opinión de Alberdi, y dos años después, otro sobre producción agrícola, con el mismo objetivo.
En 1856, fue elegido diputado suplente por la provincia de Tucumán, cargo que desempeñó hasta 1858. En esa fecha fue electo por la provincia de Santiago del Estero, siendo su diploma impugnado, dado que no tenía cuatro años de ciudadanía en ejercicio. El 20 de abril de 1858, le fue otorgada la carta de ciudadanía argentina por el vicepresidente Salvador María del Carril, en ejercicio de la presidencia.
Más tarde, fue jefe de la Artillería de Rosario (Argentina), y, terminada esta comisión, se incorporó al periodismo como redactor del El Nacional Argentino, órgano oficial del gobierno. Fue oficial mayor de la Aduana y del Ministerio de Relaciones Exteriores.
En 1858, en París, publica el libro La Confederación Argentina, (La Confédération Argentine), obra destinada a ilustrar a sus compatriotas acerca del país donde podían radicarse. Dedica una sección a topografía, comercio e industrias, en especial, cultivos y minas. La obra, que consta de cinco capítulos, un apéndice documental y excelente material ilustrativo, era la satisfacción del proyecto de Urquiza de promover el país ante la mirada de los europeos, a los que imaginaba como la mano de obra que debía impulsar la producción y la cultura argentinas.

Descripción de La Patagonia - P. Tomás Falkner


                                                          Hachette - 1974
                            174 pág

Thomas Falkner (o Tomás Falconer) ( * 6 de octubre de 1702 –† 30 de enero de 1784 ) fue un sacerdote jesuita, uno de los primeros etnólogosque actuó en lo que luego sería la Argentina, donde permaneció casi cuarenta años. Sirvió como misionero, realizó numerosas exploraciones y acopió gran cantidad de información sobre los indígenas, la fauna, laflora y los accidentes naturales del territorio.
Falkner nació en MánchesterInglaterra, el 6 de octubre de 1702, en un hogar calvinista. Hizo sus primeros estudios en su ciudad natal, y luego, siguiendo los pasos de su padre, estudió medicina en la Universidad de San Andrés de Edimburgo. Allí, Falkner fue alumno del prestigioso anatomista Richard Mead, y, según algunas fuentes, de Isaac Newton.
Poco después de terminar sus estudios, la Royal Society de Londres lo comisionó para que pasara al Río de la Plata y estudiara las propiedades medicinales de las plantas americanas. Gracias a la amistad con un capellán, se empleó como médico de a bordo en un barco dedicado al tráfico de esclavos y así, tras pasar por Guinea, llegó a Buenos Aires, hacia 1730. La ciudad, que dependía delVirreinato del Perú, tenía por entonces unos 10.000 habitantes. Poco después, en ocasión de caer gravemente enfermo, Falkner traba relación con un sacerdote jesuita, quien lo socorre y, con el tiempo, logra hacerle abjurar del calvinismo. Dos años después ingresa en la Compañía de Jesús y toma sus primeros votos en Córdoba, sede del noviciado de la Provincia Jesuítica del Paraguay. Por indicación de sus superiores estudia Lógica, Filosofía y Teología. En 1738 hace renuncia de sus bienes, y al año siguiente se ordena sacerdote. Luego, durante tres años, se prepara como misionero. Durante su estadía en Córdoba ejerció la medicina, ganando reconocimiento, e instaló la primera botica (farmacia) de esa ciudad. Por su prédica laUniversidad de Córdoba introdujo cambios en los programas de los cursos de filosofía y ciencias.
Al terminar su preparación recorre, como misionero y médico, varias provincias. Entre 1740 y 1744 se desempeña enSantiago del Estero y Tucumán. Luego se lo destinó, con el Padre Cardiel, a fundar reducciones (poblaciones de indígenas convertidos al catolicismo) en la provincia de Buenos Aires, entre 1744 y 1747. La fundación de Nuestra Señora del Pilar, en la actual Sierra de los Padres, cerca de Mar del Plata, contaba con el apoyo del cacique local, pero debió abandonarla cuando los pampas se levantaron contra Buenos Aires.
En 1751 pasó a San Miguel de Carcarañá, en Santa Fe, donde Falkner encontró restos fósiles de un gliptodonte, que estudió y describió. Este fue el primer hallazgo paleontológico registrado en Argentina.
En 1754 vuelve a Córdoba, donde entre 1756 y 1767, enseñó matemática en la Universidad de Córdoba. A él se debió en 1764, la fundación de la cátedra respectiva en la Universidad.
Fuera del ámbito universitario, tuvo una vasta actuación como médico y botánico. En esa ciudad mediterránea lo sorprendió la expulsión de los jesuitas. En junio de 1767 fue apresado y enviado al destierro, junto a otros cuarenta miembros de su orden, en aplicación de un decreto del Conde de Aranda, ministro de Carlos III de España. Fue enviado a CádizEspaña, de donde pasó a Italia y finalmente a Inglaterra. En su tierra natal se incorporó a la Provincia inglesa de la Compañía, prestando servicios de capellán en varias casas de la nobleza.
                                 
                                        Mapa de Falkner, 1772 (detalle). Desembocadura del Río Negro.
Allí, en 1774, a los 72 años, dio a conocer su obra Descripción de la Patagonia y de las partes contiguas de la América del Sur,1 de carácter etnográfico, que escribió en gran medida basado en su memoria. En esa obra incluye un mapa2 que actualizaba el conocimiento geográfico de la época; también contiene indicaciones claras y precisas sobre las ventajas de ocupar la Patagonia. La publicación despertó ansias de dominio en algunos gobiernos de Europa. Esto movió a las autoridades españolas a fundar en 1779 el fuerte de Carmen de Patagones.
Más tarde, en 1778, presentó Acerca de los Patagones, una obra que luego sería traducida por el padre Guillermo Furlong, y publicada en Argentina recién en 1956. Al momento de su muerte, el 30 de enero de 1784, había preparado otros cuatro volúmenes de dos obras que quedaron inéditas: Observaciones botánicas y de mineralogía de productos americanos, y unTratado de enfermedades europeas curadas con drogas americanas.

martes, 1 de abril de 2014

Viaje de Buenos Aires a Potosí y Arica - Capitán Joseph Andrews


                                                              Vaccaro - 1920
                                                                    260 pág

  Es conocido el libro que el capitán de Marina Joseph Andrews dedicó a su viaje de 1825 por el interior del país. Hay allí muchas páginas sobre Tucumán. Como se sabe, aspiraba a un contrato oficial para la explotación de minas, que finalmente no logró.
Narra, en una parte, el paseo que realizó con uno de los diputados, Tomás Ugarte, como invitado a la propiedad de éste en la falda de la montaña. En "una especie de carruaje de lord Mayor, de bastante feo aspecto", cubrieron las siete leguas de distancia desde la ciudad. Andrews alababa la hospitalidad de Ugarte y su ánimo de poner la finca a disposición de la compañía minera planeada. Se suponía que esas tierras tendrían "algunas vetas vírgenes de mineral".
Después del almuerzo, fueron hasta una loma para apreciar el paisaje. El espectáculo de las montañas fascinó a Andrews. Primero, por el posible provecho económico. Pensaba que "estas maravillas de la naturaleza serán algún día exploradas por ingleses y sometidas a explotación minera, en beneficio de la riqueza comercial del país". Narra que con Ugarte edificaban castillos en el aire, y el lector, escribía Andrews, debía imaginarse "el desagrado que sentí al ver desvanecerse mis ilusiones y mis castillos".
Pero también estaba la emoción estética. "Mi espíritu se inundaba de gozo en aquel momento, como durante otros que pasé en la bellísima provincia de Tucumán".
Esto lo llevaba a insertar un poema suyo, que Carlos Aldao traduce así: 
"La mente levanta hoy un edificio/ que antes de mañana se convierte en ruinas;/ hoy la esperanza arrobadora deleita el pecho,/ mañana el disgusto es su huésped;/ como la gloria de sol dora la nube matutina,/ que la tarde apaga en la mortaja lóbrega de la noche". Agregaba: "que exprese mis pensamientos en prosa o verso, poco importa, la cuestión es expresarlos. No alcanzaría a comprender porqué el hombre de mar, teniendo oído musical y unas cuantas palabras sonoras en su cabeza, no ha de poder darles salida, a menos que tema provocar la cólera que Neptuno suele demostrar ante los poetas navales"...

                                                        
      Portada de la traducción de capítulos del libro de Andrews, que la Universidad de Tucumán editó en 1915.

Expedición al Río de la Plata - Lancelot Holland


                                                              Eudeba - 1976
                            155 pág


Lancelot Holland fue un coronel del ejército británico que participó de la fracasada Segunda invasión inglesa al Río de la Plata. Aunque no destacó en su carrera, sus memorias de la campaña son una importante fuente histórica del conflicto.

Observaciones de un derrotado

Los ingleses tomaron cruentamente a Santo Domingo, esa iglesia erguida en la esquina de las actuales calles Defensa y Belgrano. Pero el ataque fue precedido de errores casi irracionales. Apenas las tropas se apostaron en las terrazas y el campanario, comenzó el asedio con estampidas de la metralla de los defensores de Buenos Aires. A la vez llegaba la artillería, ya innecesaria en otros frentes. Las nuevas bocas de fuego apuntaron al templo -entonces con una sola torre, la del Este- y lo transformaron en un infierno. Hasta minutos antes, los que acababan de asaltarlo se ilusionaban con que ya había pasado lo peor y que podrían avanzar hacia el Fuerte. Pero la situación los desbordó. Perdidos por perdidos, se arriesgaron a atacar. Salieron a vender cara su derrota. El resultado no podía ser otro: "Los soldados de las dos primeras filas cayeron mortalmente heridos". Entonces la alta oficialidad -que ya se había negado a una intimación para rendirse- decidió entregarse.
El general Elío llegó para acordar las condiciones con el vencido general de brigada Robert Craufurd, cuyos hombres enfrentaron el momento más dramático de la expedición, aun cuando faltaban dos días para la rendición total que iba a rubricar el teniente general John Whitelocke.
La chusma de piel morena
Según una crónica, cuando Craufurd salió del templo "se encontró con un individuo mal trazado que dijo ser el general Illio (sic) y a quien rodeaba una turba chillona, vociferante y además armada (...) Se nos ordenó salir desarmados. Fue un momento amargo para todos nosotros. Los soldados tenían los ojos llenos de lágrimas. Se nos hizo marchar a través de la ciudad hasta el Fuerte (...) y de la chusma que nos había vencido. Eran individuos de piel muy morena, cubiertos de harapos, armados con mosquetes largos y algunos con espadas. No había el menor asomo de orden ni uniformidad entre ellos". Otra escena -pintada por el mismo cronista- transcurrió dos días después apenas despuntó el 7 de julio de 1807 en el propio Fuerte de Buenos Aires, adonde llevaron a los prisioneros más importantes entre los oficiales ingleses. La Segunda Invasión estaba a punto de concluir.
Para entonces, según el relato de esas memorias ( Expedición al Río de la Plata ) del teniente coronel inglés Lancelot Holland, el "capitán Carroll (William), un despierto irlandés del (regimiento) 88º que habla español y que gracias a eso había entrado en confianza con los españoles, al verme sucio e incómodo se ofreció para procurarme una camisa limpia y una navaja; el ofrecimiento no era de despreciar, así que lo seguí sin saber adónde me llevaba... y para mi asombro, me encontré de pronto en una habitación donde Liniers acababa de levantarse y estaba vistiéndose. Muy fresco -continúa Holland- le explicó la razón por la cual me había conducido allí; de inmediato fue Liniers a conseguirme navaja, camisa (y otros elementos) y hasta media hora después estaba buscándome un cepillo de dientes nuevo". Esas "invasiones en camiseta", como se hubiera titulado en el idioma porteño de los años cuarenta y cincuenta, constituyen las bambalinas de rédito sabroso, y quizás el costado anecdótico idóneo para el uso de entrenados guías urbanos de un turismo cultural aún en pañales.
El vigoroso acopio de testimonios contemporáneos a las dos invasiones -el próximo domingo se cumplen 196 años de la primera derrota inglesa en Buenos Aires- tiene abundancia de datos curiosos, como por ejemplo los que aportó Alejandro Gillespie, oficial jefe de prisioneros rioplatenses durante la ocupación de la Primera Invasión o los del propio Holland, sobre la Segunda. El primero narró el descubrimiento de los túneles que construían los vecinos para volar el lugar ocupado por tropas del general Carr Beresford, o la impericia de los oficiales británicos que tomaron un polvorín y, creyéndolo anulado, volaron junto al asado que pensaban saborear en las cercanías. El mismo oficial y otros documentos relatan el horrible asesinato en Capilla del Señor del internado prisionero capitán Ogilvie. Según el porteño indagador Carlos Roberts, que fue el mejor compilador de buena parte de los testimonios de las invasiones, el crimen fue aludido en cartas del 5 y 7 de diciembre de 1806 de Liniers a Beresford, preso en Luján. En ellas el virrey interino prometía poner al frente de la investigación (que también indagaría sobre un atentado contra el odiado teniente coronel Denis Pack) al comandante de fronteras Antonio Olavaría. Seguramente era el mismo Olavaría que custodiaría, con un capitán Martínez, el traslado de internación hacia Catamarca de Beresford y Pack, sorpresivamente interrumpido. Cerca de Arrecifes, quienes supuestamente vigilaban a los generales ingleses cederían esos prisioneros a Saturnino Rodríguez Peña, pariente de ambos custodios. Peña y su acompañante Manuel Aniceto Padilla intervienen en ese confuso episodio de fuga en que llevarán secretamente a sus prisioneros hasta Montevideo
Lealtades en fuga
Mucho antes, Pack y Beresford, precisamente, habían protagonizado aquella marcha forzada hasta la quinta de Perdriel (propiedad del padre de Manuel Belgrano) en plena madrugada del 1º de agosto de 1806 -curiosamente guiados por el alcalde Francisco González- al frente de 500 hombres del famoso regimiento 71, nada menos, más 6 piezas de artillería. Decidieron hacer 25 kilómetros en penumbras apenas se enteraron de que allí se atrincheraban las tropas paisanas reclutadas por un muy conocido de ellos: Juan Martín de Pueyrredón.
No eran tiempos de firmes lealtades. Necesitaron apenas 20 minutos para dispersar las defensas y tomar algunos prisioneros. Entre ellos encontraron a un desertor del 71, alemán católico que había sido tomado prisionero en el Cabo. Lo fusilaron el 9 de agosto en Buenos Aires frente a una formación de compañeros del 71 y asistido por el obispo Lué y Rueda, por entonces interlocutor en largas tertulias con Beresford.
El cronista y teniente coronel Lancelot Holland fue tratado con desdén por el historiador Roberts. Le endilgó la omisión que hizo de un párrafo de órdenes mal transcriptas al general Craufurd -en parte causa del revés que sufrirían sus tropas-, pero su crónica de los sucesos de 1807 tiene detalles memorables que vale rescatar.
Aunque llamó catedral a lo que es Santo Domingo, descifró más acertadamente el porqué de la decisión de tomar ese bastión luego de encontrarse en plena calle con Denis Pack en repliegue hacia la Residencia (hoy manzana de la iglesia de San Telmo). Venía de un verdadero desastre y el "propio Pack tenía cinco impactos en el uniforme, dos de los cuales lo habían herido levemente. Había perdido gran número de oficiales y tropa entre muertos y heridos". Le cambiaron el rumbo a Pack y marcharon a Santo Domingo. "Abrimos las puertas a cañonazos -continúa Holland- y apostamos a nuestros fusileros en la parte superior del edificio (...) y encontramos el pabellón del 71º que Pack se alegró muchísimo de recuperar" (bandera tomada por los oficiales de Liniers durante la Primera Invasión). Encontraron "monjes y frailes muy asustados, dos malheridos y uno había perdido un brazo."
La patética crónica de Holland sobre la Segunda Invasión ya fue evocada en tramos por La nacion en el invierno de 1937, y también por el Buenos Aires Herald, aun antes, según Andrew Graham-Yoll, que preludió el poco localizable libro que Eudeba editó gracias a Felipe Holland, tataranieto del teniente coronel narrador. Esa breve edición vio la luz pocos días antes de la irrupción del llamado Proceso (marzo de 1976), mientras que el manuscrito original había rendido, 22 años antes, una pocas libras esterlinas en un remate de la firma Sotheby´s de Londres. 

NARRACIÓN DEL VIAJE POR LA CORDILLERA DE LOS ANDES - Robert Proctor


                                                        Imprenta La Nación
                        1919 - 288 pág


Nacido en Inglaterra, Robert Proctor llegó a Buenos Aires acompañado por su familia y sirvientes el 9 de febrero de 1823. De sus escritos se deduce que era hombre pudiente. A fines de marzo partió con destino al Perú para tratar asuntos vinculados a un empréstito en su carácter de contratista y eligió el camino de las pampas que desemboca en Mendoza.
A través del viaje, que realizó en una de las épocas memorables para la historia de la emancipación americana, anotó detalles sugestivos sobre los personajes que tuvo oportunidad de conocer.
De regreso a su patria, en 1825, recogió sus notas y apuntes en un libro titulado Narrative of a Journey across the Cordillera of the Andes and a Residence in Lima and other parts or Perú in the years 1823 and 1824, verdadera obra de referencia que tiene un lugar de privilegio junto a las de otros viajeros ingleses, como Musters y Head, relacionados con la historia argentina del siglo XIX.
En su obra Proctor describe, en forma ágil y amena, sus notables experiencias con indios y gauchos -quienes, por cierto, no le dejaron muy buena impresión-;su cruce de la cordillera -apenas unos años después del histórico cruce de San Martín con el Ejército de los Andes-; las comidas probadas en los diferentes lugares -ponderando el sabor del armadillo cocinado en su caparazón, el supe y el charqui; su visita al campo de batalla de Chacabuco; su entrevista con O´Higgins; su vida en la convulsionada Lima de 1824; la singular figura de Simón Bolivar, etc.

VIAJE DE LA FRAGATA EUGENIA 1851-1853 - C. Skogman


                                                    Ediciones Argentinas Soler
                         1942 - 240 pág


 Poco antes de la mitad del siglo XIX, Suecia durante la monarquía del Mariscal napoleónico Charles Jean Baptiste Bernadotte, con el nombre de Carlos XIV y de su hijo Oscar I a partir de 1844, comenzó a surgir como potencia industrial, comercial y marítima, mas allá de Europa y el Atlántico; lo cual decidió al Rey Oscar I en 1851 a enviar una expedición científico-militar en un buque mayor de la escuadra, a fin de controlar las rutas y vigilar el desempeño de los cónsules del país en los sitios  lejanos del mundo, como las costas americanas, las Indias Orientales y China, estados donde ahora había representantes de la corona sueca.
            Este fue el objeto primario para efectuar el viaje, que además propendía a fomentar la creación de nuevas fuentes de intercambio comercial, aunque también el monarca interesó a la Real Academia de Ciencias sobre la oportunidad de su intervención, lo que determinó que dicho periplo se transformara igualmente en científico.
            Se escogió para el viaje a la fragata “Eugenie” de cuarenta cañones de 24 libras (peso del proyectil que disparaban), nave que había sido botada en 1844, es decir con solo siete años de uso, encontrándose en inmejorables condiciones. Fue aparejada con esmero en los astilleros de la ciudad de Carlscrona sobre el mar Báltico, al sur de Estocolmo; allí se le cambió el forro de cobre debajo de la línea de flotación (procedimiento introducido en 1761, que actuaba como agente anti inscrustante en climas fríos y prevenía la destrucción de los cascos de madera por parte del gusano “teredo navalis” en el trópico); además se le instalaron depósitos adicionales de agua dulce. La fragata asimismo contaba en su armamento con dos morteros ubicados a cada lado de la batería, los que fueron remplazados por dos cañones de 24 libras, similares a los otros.
            Estaba dotada de una chalupa, una falúa y dos botes de diez  remos. A la chalupa y a la falúa igualmente se les forró el casco con cobre; la falúa era muy apropiada para navegar a vela, condición conveniente para los casos en que la rada quedaba muy retirada de la orilla, como ocurría en esa época en Buenos Aires. Para procurar alojamiento a los académicos que se incorporarían a la nave, teniendo en cuenta la índole de sus ocupaciones, se construyeron dos camarotes a cada flanco de la batería, inmediatamente a proa del castillete principal, los cañones que ocupaban esos sitios fueron retirados y colocados bajo cubierta.
            El 18 de setiembre de 1851 la fragata abandonó el astillero y el 30 de setiembre se hizo a la mar en Carlscrona, luego que su tripulación fuera revistada y despedida por el Contralmirante Barón de Nordenskjöhld, autoridad máxima de ese puerto militar.
En la República Argentina todavía gobernaba Juan Manuel de Rosas, pero tenía los días contados, se había formado una coalición que organizó un ejército expedicionario compuesto por: entrerrianos, correntinos, tropas de Buenos Aires, brasileños, orientales, parque y maestranza, todos bajo el mando de Justo José de Urquiza, que el 3 de febrero de 1852 aniquiló al ejército de Rosas en Monte Caseros, obligándolo a huir al extranjero.
            Como coletazos de tantos años de guerra, no obstante haber terminado esta casi tres meses atrás, a fines de 1851 aún permanecían en Montevideo o en sus afueras tropas francesas y brasileñas, así como en la bahía buques de guerra de diferentes banderas. Sin embargo esta presencia extranjera no impedía que la vida continuara, afianzándose la paz día a día, por lo menos por dos años más, como ocurrió.
El 3 de enero de 1852 a las 6 de la mañana la fragata y la corbeta “Lagerbjelke” se hicieron a la vela con destino a Buenos Aires, dirigidas por un práctico. Esquivando bancos de arena llegaron frente a Quilmes a las 8 de la mañana del 4 de enero, donde la “Eugenie” fondeó, pues la poca profundidad la impedía acercarse más a la costa que quedaba a unas doce millas. El Capitán Virgin en compañía de los hombres de ciencia transbordaron a la corbeta que prosiguió hasta la rada exterior de Buenos Aires, donde ancló al medio día. Buenos Aires no poseía un puerto, sino dos radas separadas por un extenso banco de arena. En la exterior, las naves quedaban a seis millas de la costa, pero en la interior solo a escasa distancia. Embarcaciones de calado superior a los doce pies no podían llegar a esta última y en ocasiones, aún a las de diez a once pies les resultaba difícil franquear el angosto canal que conducía a la misma, según nos cuenta Skogman en su libro. En los botes de la corbeta se arrimaron a la costa, Buenos Aires no tenía desembarcadero, como era usual transbordaron de los botes a carretas de altas ruedas que los condujo a tierra.
            En esa época Buenos Aires contaba con unos 120.000 habitantes, mientras que en Montevideo, según el censo de fines de 1852 vivían 33.994 personas. Semejante a Montevideo la ciudad era como un damero, con calles paralelas y perpendiculares, formando manzanas del mismo tamaño. Las construcciones eran análogas entre las dos ciudades, con mayor  cantidad de casas de aspecto opulento o suntuoso en Buenos Aires.
 Pero la situación política de Buenos Aires en aquellas circunstancias distaba de ser tranquilizadora para su población, ante la inminencia de un enfrentamiento entre las fuerzas rosistas y el ejército expedicionario que comandaba Urquiza, el que ya estaba situado en la Provincia de Santa Fé y pronto para iniciar la campaña militar que terminó con la derrota de Rosas.
            La “Eugenie” con el panorama que se avecinaba embarcó a los científicos y el 13 de enero levó anclas al amanecer, después de haberse despedido de los compatriotas radicados allí, entre ellos del Cónsul de Suecia Conde de Fr­ölich, quedando la corbeta “Lagerbjelke”, según los órdenes del Capitán Virgin, en su fondeadero a la espera de que hiciera crisis en el país la catástrofe que parecía tan cercana, como realmente ocurrió.