Las islas del Paraná (…) son verdaderos ramos de flores, elevándose del seno de las ondas como un lugar encantado por algún dios pagano. Aparecen pájaros magníficos, el flamenco con alas rosadas, el ibis de un blanco nieve, cercetas, gallinetas de agua, el cisne blanco con cuello negro y mil otros huéspedes con plumaje brillante que se cobijan en estos nidos de flores o navegan sobre estas aguas profundas; mientras que en la maleza espesa de juncos y cactus, el jaguar o tigre de América espía al viajero imprudente que se aventura demasiado cerca del borde o, a falta de esta presa, acecha los grandes dorados del Paraná que vienen a depositar sus huevos entre hierbas flotantes", escribió la viajera alsaciana Lina Beck-Bernard al contemplar el río desde la goleta en la que llegó con su familia a la ciudad de Santa Fe. Allí vivieron entre 1857 y 1862, en una casona donde tomaría los apuntes de un libro de viajes que escribió tras su regreso a Europa.
Así, en 1864, se publicó en París Le rio Parana: Cinq années de séjour dans la République Argentine. Escritas en francés, estas páginas construyeron un relato singular porque si bien contaban una experiencia transoceánica, también se detenían en la historia de una estadía, de una permanencia en un lugar. El libro se conoció en Argentina recién en 1935, cuando el historiador santafesino José Luis Busaniche tradujo la obra y la publicó en El Ateneo con varios párrafos suprimidos (aquellos donde Lina hablaba mal de Juan Manuel de Rosas) y con un título diferente: Cinco años en la Confederación Argentina. Esa misma edición volvió a publicarse en 2001 por Emecé. Ahora, El río Paraná: cinco años en la República Argentina acaba de ser coeditado por la Universidad Nacional del Litoral y la Universidad Nacional de Entre Ríos, por primera vez con su título original. El texto ofrece traducción directa del francés a cargo de Cecilia Beceyro, la inclusión de los párrafos suprimidos y un extenso estudio –que incluye cronología, bibliografía y notas– realizado por Claudia Torre. De este modo, el itinerario de Beck-Bernard recobra la voz original de la autora, donde aparecen los hechos cotidianos, el río, los animales, las conversaciones, la comida y todos esos pequeños universos que se despliegan con la idea moderna de progreso como telón de fondo.
Es verdad que el viaje de la autora estuvo indisolublemente ligado a su vínculo marital: su esposo, Charles Beck, lideraba la agencia de inmigración y colonización que propició el tránsito hacia Sudamérica. En ese marco, se entiende que la escritora subraye procesos de diversidad social y cultural en función de cambios que ella entiende como necesarios a mediados del siglo XIX, un momento donde la provincia de Santa Fe se encontraba en un estancamiento económico significativo. Sin embargo, registra los grandes hechos a través de una mirada personal, capaz de combinarlos con detalles casi imperceptibles. Así observa, por ejemplo que si bien las mujeres criollas "no tienen instrucción" sí tienen "educación". "Desde pequeñas, aún niñas, son capaces, de tacto, de trato social, de buen juicio, de sentido común. Tienen en general un espíritu observador, una excelente memoria, una habilidad prodigiosa en todos los trabajos de su sexo, una gran facilidad para aprender y un gran espíritu natural. Todo esto en medio de supersticiones, ignorancia y descuido. Pero se ve que ahí hay buenos elementos", escribe. Con los varones es menos condescendiente (también, con la Iglesia): "El criollo, indolente y supersticioso por costumbre, es por naturaleza un observador malicioso, burlón, aficionado a los epigramas y a los apodos."
El viaje se inició el 9 de enero de 1857 en el viejo puerto de Southampton, en el sur de Inglaterra, con escalas en España y Lisboa. El primer contacto con América tuvo forma brasilera a través de Pernambuco y Bahía. Luego, junto con las cúpulas redondeadas de Montevideo, aparece el Río de la Plata. Y al fin, navegando en una goleta por el río Paraná, la familia Beck-Bernard llegó por fin a Santa Fe. Todo este itinerario encuentra en la voz de Lina un tono voluptuoso que no pretende ser naturalista y que incluso, dice Torres, puede considerarse una veta de lo que reaparecerá en la narrativa latinoamericana del siglo XX "diseminada en las eficaces operaciones del realismo mágico". Torres también señala que estas memorias de viaje fueron "en tanto actualización del recuerdo de la experiencia de viaje realizada unos años antes, no se limitan a contar la administración de un proyecto colonizador sino que exhiben una versión articulada del Litoral Argentino de mediados del siglo XIX y lo que significó el contacto con este mundo para una mujer ilustrada de 1860". «